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Inmoralidad creciente, desconfianza generalizada

Me encantaría viajar más. La verdad, no he salido mucho de España –en esta tierra hay lugares tan bellos que te hacen olvidar el resto del mundo-, pero siempre he sentido la necesidad de conocer y aprender nuevas culturas, otras costumbres.

También, me emociona especialmente poder conversar con amigos que han vuelto de viaje llenos de anécdotas, fotos y experiencias para compartir. Este verano unos amigos estuvieron visitando Alemania, Austria y Suiza. Paisajes majestuosos, cerveza, casas de madera, chocolate, montañas imponentes, lagos, animales salvajes…

Aunque son países modernos, es interesante como siguen manteniendo y cuidando costumbres ancestrales en zonas rurales. Me contaron que hay unas granjas lecheras, donde aprendes a ordeñar una vaca, te sirves para el desayuno, pagas un módico precio, y la leche que sobra te la llevas en un recipiente para el día siguiente. Mola. Ahora vamos al tema.

Investigando y leyendo más sobre estas granjas lecheras rurales –cada uno es dueño de su tiempo-, me llamó la atención como hacen funcionar muchas de ellas su negocio, en especial en Holanda y Dinamarca. Resulta que: llegas, llenas tu recipiente de leche, te diriges al mostrador donde hay un bote lleno de dinero, depositas un billete, recoges tu cambio y te vas. ¿Os imagináis eso en España? Imposible. En España, te llevas la leche, el dinero del bote, y si puedes, una vaca.

Vishal Mangalwadi (doctor y filósofo indio), en unas reflexiones en cuanto a corrupción, pone de ejemplo este sistema de las granjas lecheras y dice: “si te llevas la leche y el dinero, el dueño de la lechería tendría que contratar a un empleado para que cobrase. ¿Y de dónde saldría su sueldo? Exacto, del consumidor; el precio de la leche subiría. El consumidor es corrupto pero, ¿por qué el dueño iba a ser honesto? Puede añadir agua a la leche para ganar todavía más dinero. El consumidor estaría pagando más por una leche adulterada y se quejaría de su calidad; está claro, el gobierno debería nombrar inspectores para controlar todo eso. ¿Y quién pagaría el sueldo de los inspectores? Nosotros, los contribuyentes. Pero si el consumidor y el dueño de la lechería son corruptos, ¿por qué los inspectores van a ser honestos? Pueden comenzar a cobrar sobornos, etc.…”. Por último termina hablando incluso de cómo esto afecta a los índices de paro, y cómo nuestra corrupción reduce la capacidad de nuestra economía para fomentar el empleo –eso lo dejamos para otro artículo.

Pongo este ejemplo para darnos cuenta de lo que hemos creado: un engranaje de inmoralidad creciente donde la temática principal es la desconfianza generalizada. Esto no está bien y es aplicable a muchas áreas de la sociedad.

Estamos inmersos en este sistema y no nos damos ni cuenta; forma parte de nuestra cultura y forma de vida. Es más, este sistema de desconfianza tiene una característica propia de autodefensa, una forma de cauterizar nuestra conciencia ante lo que sabemos que está mal en nuestro propio ser: el conocido “y tú más”.

Mientras tengamos a alguien/algo por encima o por debajo a quien echar la culpa/demandar, parece que nosotros quedamos completamente libres y justificados de toda responsabilidad, de toda culpa. La mentira por ejemplo, no ha hecho dimitir a ningún político en España –algo que en países del norte de Europa, si-, sin embargo si que es muy utilizada en la política como arma arrojadiza.

Esto es una llamada a la reflexión. Desde el equipo de Corto Con Ella queremos romper esta cadena de corrupción, empezando a examinarnos a nosotros mismos y no evadiendo nuestra responsabilidad hacia otros. ¿Qué estoy haciendo yo como consumidor? ¿Qué estoy haciendo yo como dueño de una empresa? ¿Qué estoy haciendo yo como funcionario? ¿Qué estoy haciendo yo como político? Porque reconozcámoslo, cada uno en nuestra área de influencia tendemos a la corrupción.

Me gustaría ver un mundo en el que por un día cambiara nuestro papel, y que ese consumidor de leche fuera el dueño de la lechería, y que el dueño de la lechería sea el que va a comprar la leche. Porque claro, todos sabemos cómo debe y tiene que actuar el otro, por lo que ese día lo haríamos todo perfecto desde el papel contrario. ¿Por qué no, desde el papel que vivimos?

Creo profundamente que este sentido de autocrítica, de examinarse a uno mismo y cumplir con nuestras obligaciones morales como ciudadanos, es uno de los principios que sustenta a una sociedad libre y ayuda a proteger la propiedad privada, así como la libertad individual; derechos fundamentales. Y es que, hay una relación directa entre la justicia moral de las personas y el bienestar de la sociedad.


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