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La Regla de Oro

Todo el mundo conoce, y seguramente ha utilizado la frase varias veces en su vida, la llamada “regla de oro”, que dice: “trata a los demás como querrías que te trataran a ti”. O, dicho de otra manera: “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.

Para los cristianos, esa frase se encuentra en la Biblia (Mateo 7:12 y Lucas 6:31). y fue pronunciada por Jesús, justo después de exhortar a su discípulos para que no juzgaran los actos de los demás, porque todos tenemos algo por lo que ser juzgados.

Además, la “regla de oro”, ha sido formulada también por Confucio, y la encontramos en escrituras budistas, el Talmud, o el Corán, entre otros textos religiosos.

Incluso la filosofía, decidió despojar a la “regla de oro” de toda connotación religiosa, para convertirla en un principio ético, necesario para la convivencia entre los seres humanos; de la mano de renombrados filósofos como Kant en su “Crítica de la razón práctica”, la obra utilitarista de Stuart Mill, los escritos de Charles Darwin, o en el siglo pasado, Karl Popper en su obra “La sociedad abierta y sus enemigos”.

Todo esto, nos lleva a la conclusión de que, sean cuales sean nuestras convicciones o creencias, todos anhelamos vivir en una sociedad que busque el bien común, y deseamos que todas las personas con las que interactuamos al cabo del día, nos traten, al menos, con respeto, incluso aunque a menudo nosotros no prediquemos con el ejemplo en ese aspecto.

Esa idílica sociedad, en la que todos aplicaríamos la “regla de oro”, es impensable que exista, si vive esclava de ese mal endémico llamado corrupción, que llena tantas páginas de periódicos, es protagonista de innumerables tertulias, y arruina todo lo que toca.

Está claro que todos sufrimos las consecuencias de la corrupción, pero a menudo olvidamos que, como ocurre con la “regla de oro”, su origen está mucho más dentro de nosotros de lo que nuestro orgullo nos deja reconocer, y bien podríamos replantear el enunciado de “la regla de oro” como: “trata a los demás sin corrupción, igual que querrías que te trataran a ti”; o, dicho de otra manera: “no hagas a los demás la corrupción que no quieres para ti”.

No es casualidad que, justo antes de que Jesús dijera la “regla de oro”, preguntó a sus discípulos: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? (…) ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:3,5).

Sean cuales sean tus convicciones o creencias, ¿te has parado a pensar que quizás el primer paso para acabar con la corrupción está en cada uno de nosotros?, ¿que si decidimos tomar la iniciativa y romper con los pequeños actos corruptos que todos cometemos a veces, habrá una sociedad más justa y, desde el amor, sin entrar en juicios, estaremos más legitimados para animar a otros a que también acaben con su propia corrupción?

Creemos firmemente que la lucha contra la corrupción empieza con el compromiso personal de aquellos que, reconociendo su debilidad, dan un paso adelante para acabar primero con su propia corrupción, y mirándola de frente, dicen: #CortoConElla.


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